El Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+ conmemora los disturbios ocurridos el día 28 de junio de 1969 en el bar Stonewall Inn, ubicado en Greenwich Village, Nueva York y constituyen uno de los hitos más importantes en la reivindicación de los derechos civiles de las diversidades y disidencias sexo-genéricas. En Estados Unidos esta revuelta coincidió con la lucha por los derechos políticos y civiles de otros grupos históricamente oprimidos y marginados de la vida pública como mujeres y personas afroamericanas.
Transcurrido el siglo XXI, más de un centenar de Estados que integran las Naciones Unidas establecen que los actos sexuales entre personas adultas del mismo sexo son legales, más de cincuenta cuentan con leyes antidiscriminación y una veintena reconocen el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción conjunta.
En Chile, también se ha avanzado a través de leyes y políticas públicas que reconocen y protegen los derechos de las personas LGBTIQ+, entre las que destacan la Ley Antidiscriminación (2012), la Ley 21.120 de Identidad de Género (2018), la Ley 21.400 de 2021 que permite el matrimonio igualitario entre personas del mismo sexo junto con derechos de adopción y filiación homoparental, así como otras normativas que abogan por el reconocimiento y respeto de la identidad de las personas trans en la atención de salud y en el ámbito educativo. Asimismo, mediante un proceso judicial, se logró por primera vez el reconocimiento de la identidad de género no binaria en 2022.
Sin embargo, a nivel mundial persisten leyes que criminalizan las relaciones sexuales consensuadas entre personas del mismo sexo (al menos 70 países), así como también las identidades y expresiones de género no normativas, exponiendo a esta comunidad a riesgo de arresto, extorsión, violencia y, en al menos cinco países, a pena de muerte.
En nuestra región, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, ha advertido de las diversas manifestaciones de violencia hacia las personas LGBTIQ+, desde asesinatos, violencia sexual y médica , hasta la violencia cotidiana, generalizada y simbólica como resultado de un sistema de organización social jerárquico, patriarcal y cis-heteronormativo, que impregna las relaciones y costumbres, y que se reproduce en distintos todos los espacios sociales castigando las identidades, expresiones, comportamientos o cuerpos no normativos.
Esta relación de poder se perpetúa a través de la falta de visibilidad y representatividad de esta comunidad en posiciones de toma de decisiones; en la reproducción de estereotipos de género, la falta de reconocimiento de la identidad de género y/u orientación sexual, y en los discursos de odio donde las múltiples formas de discriminación se imbrican y multiplican con otras exclusiones, especialmente hacia cuerpos feminizados (mujeres lesbianas y mujeres trans), la discriminación racial (pueblos originarios y personas afrodescendientes), la situación de discapacidad, las neurodivergencias, la edad y la situación de pobreza.